¿Sabías que tus datos viajan debajo del océano?

Aunque casi nunca lo tomamos en consideración, la forma más eficiente de transportar bits a escala global es por medio de un colosal tendido de cables submarinos de fibra óptica

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La idea de Internet está asociada con algo que flota en el aire en confiterías y aeropuertos, con el Wi-Fi de casa o el plan de datos del celular. Bueno, la Red es una entidad mucho menos eólica, si me permiten la broma.

Como saben los que siguen las redes sociales, el martes hubo alguna clase de problema con un cable de una compañía llamada Level 3 y como consecuencia algunos usuarios argentinos denunciaron una merma en la calidad del servicio.

Y es lógico. Lejos de esa percepción aérea e intangible, Internet es, al menos desde el punto de vista del transporte físico de los bits, un colosal tendido de cables submarinos de fibra óptica.

Porque la sincronicidad es un hecho, cuando recibí la noticia del incidente de Level 3 estaba en casa viendo cómo soterraban los tubos que, en algún momento del futuro, albergarán los cables de TV, Internet y telefonía. ¿No es lindo?

En fin, cables, cables, cables, ¿qué necesidad hay de tanto cable? ¿Por qué esta extravagancia de mandar los datos por debajo de los océanos cuando existen satélites y antenas de telefonía celular? ¿Qué pasa si alguien va y corta uno de esos conductores? ¿Y si lo engancha el ancla de un barco?

Al revés de lo que ocurre con las microondas (o cualquier otra forma de energía electromagnética), en una red cableada uno puede añadir ancho de banda con sólo agregar más conductores.

En cambio, la naturaleza ofrece un número limitado de frecuencias, y no hay forma de alterar la realidad física. Es lo que hay.

Punto para los cables, en suma.

Aparte de las limitaciones en el ancho de banda, un satélite es muchos órdenes de magnitud más complejo que un cable, incluso que uno submarino. Un de estos conductores consta de varias capas que recubren los pelos de fibra óptica (así se llaman en la jerga, porque tienen el grosor de un pelo).

A saber: plástico, cobre para transmitir la electricidad que alimenta los amplificadores de señal, un gel contra la humedad, incluso una protección de metal, en el caso de los cables que están en la playa. Claramente, un satélite es otra clase de criatura.

Además, y a pesar de que tendemos a pasarlo por alto, los satélites operan en el espacio, un ambiente no sólo mucho más hostil que el lecho marino, sino también más difícil de alcanzar.

Ahora, ¿es necesario sumergirlos? Bueno, en un punto, sí, indefectiblemente, porque los continentes están separados por océanos. Excepto que quisiéramos una Internet americana, otra para Europa y Asia, una para Australia y una africana, al final los cables terminan abajo del agua.

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Los cables en la zona de la playa y los primeros kilómetros dentro del mar tienen unos 7 centímetros de diámetro; eso es mucho para conductores ópticos que tienen el grosor de un pelo. “En ese caso, el ancho del cable está constituido mayormente de protección, incluida una doble capa de acero”, me explica Curci.

Luego de que se mete en el agua, el cable viaja dos kilómetros mar adentro hundido un metro y medio en el lecho, antes de aflorar. Esto no es tanto para evitar que algún vándalo con snorkel se tiente con la idea de dañar el cable, sino para evitar los principales enemigos de Internet hoy: los barcos.

“Los cables en la playa y la zona cercana a la costa están tan protegidos porque en casi todos los casos un cable submarino se daña porque lo engancha el ancla de un barco o a causa de la pesca de arrastre”.

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